domingo, 19 de agosto de 2007

Canciones del príncipe Belial III





Canciones del príncipe Belial III


I- Invierno


En los nidos de azur los lirios se abren,
la lívida luz del astro golpea las copas rumorosas;
las aves se posan en las vasijas de Agosto,
hablando a las moribundas hojas del parque.

¿Adónde vamos, canciones del nublo?
Ayer entre los rojos zargazos partieron los buques,
y el horizonte, claro en el lejano poniente,
semeja un arpa cuyo acorde desgranan los cuervos.

Calles empapadas de óxido,
por donde circula el amante con la luna en brazos;
veo el eterno silencio del sibilino cielo,
los cimientos de una Babilonia de azufre,
en cuyas torres dormitan las codornices malditas.


II- Rocío


El rocío se escapa del celaje de las nubes,
¡eterna lluvia! Eterno cielo ennegrecido
que embota lágrimas en la cresta de los valles,
descascarando la tierra, que se abre.

No hay cometas que desdoblen mi llama,
fatuo fuego que te alzas en el empíreo inmenso,
no hay ya lunas, madre, el tiempo pasó errante;
sólo tengo secos los ojos y ásperos por el llanto,
y el lecho solitario, donde derramo mis sueños muertos.

El cadalso me espera en el bosque sombrío,
¡echa leños a ese efímero fuego!
No dejaré nunca de mirar la nebulosa en los cielos de azur,
ni oír la estrepitosa canción de la hojarasca;
ni de desenterrar laúdes en los campos elíseos.


III- Tormenta


Los truenos gritan al son del grito del éter,
y luego la tormenta, el diluvio multicolor;
llora el poeta, llora el cielo en sus ojos,
las aguas son tan negras como el amargo acíbar.

El olor de lluvia es aliento de azahar,
y el incesante murmullo de las tórtolas azules
son tormenta, tempestad de lágrimas,
de gotas espolvoreadas de silencios.

Y el andar errante de los automóviles es invierno,
escarcha del murmullo de los niños;
tormenta eterna que abate las mañanas,
¡Oh brumas y nieblas de este ancho cielo!


IV- La voz del príncipe


-¿Adónde vamos príncipe de la luz del este?

- Negro el mar, negros los astros del éter,
Rojos quizás los acordes de mi triste canción;
¡nunca dejará de llover, niño!...

- ¡Pero tus canciones! ¡Son tan tristes!
Tiembla mi mano de sólo oírlas…

- Sólo mira la tormenta y escribe,
aún no ha cesado mi ópera, ronca orquesta,
lúgubre balada de eternos silencios;
sólo copia que al fin vendrá la aurora,
tu que bebes de mi machito licor de sombras.


V- Soledad


Los senderos eran verdes lastimados por la lluvia,
cada repiqueteo de las aguas en la frágil tierra
despertaba a los guijarros en la gran plazoleta;
y entonces, otro sueño que se encendía en las farolas,
otro anhelo corriendo hacia los albañales,
bajo las húmedas riberas, los pasos de mi sombra.

Solo, bajo la fría tempestad de Agosto,
sintiendo el suave caer de las gotas de ámbar,
la venida de otro demonio a mis pálidos ventanales;
otra canción que yace, al tenue reflejo de los alhelíes en el río.


E.R.D

miércoles, 8 de agosto de 2007

Breve fábula del viajero y la dama del arco iris




Del monte pues, vomitadas del abismo,
salen las ondas del mas puro fuego inabordable..

Píndaro



Breve fábula del viajero y la dama del arco iris


I-

En una fúnebre carroza traída por querubines rosados
bogaba el cielo el brebaje de un loto perfumado,
y Calíope, con su plumaje rociando el éter,
se posó en el parque de los corales,
abriendo así los párpados de mi alma, que invernaba.

Nada mas sus ojos tenía el cenit por vista,
ella que jugueteaba en el jardín de las sierpes
me dio a beber del soma embriagante,
en cuyo fértil suelo el diáfano líquido crecía,
se alzaban las deslumbrantes alamedas.

Los líquenes chorreaban entre las verdes nubes,
que otrora tenía por lluvia el vestido,
y las gárgolas de marfil en los templos paganos
se derretían al paso de la blanquísima dama,
en cuya cresta destellaba el gran arco iris.


II-

La comparaba primero al ciprés de estío,
porque sus cabellos enramados de verdes frondas
acunaban a los albatros cantores,
y porque sus brazos, erguidos,
semejaban ramos que acariciaban el éter.

La comparé después con el loto inextinguible,
flor sagrada que llevaba Vishnú en los brazos,
porque parecía su rostro hecho de pétalos de ámbar
y sus ojos como dos clorofilas de algodón.

La comparé a los heliotropos y a los albañales,
al eterno abrazo de las olas incandescentes,
al navío cruzando los angostados mares,
¡Oh, arco iris que vi escupiendo aromas!


III-

Armaba vasijas en el barro de mis ojos muertos,
castillos hacía de azur en las playas,
desolado y roto, iba hacia senderos yertos,
cuando, al cese histriónico de la lluvia,
Annabel, aria de blanquísimo pubis,
me llevó a un umbral de claveles muertos,
jardín negro y vetusto situado en la Arabia.

Címbalos no hablaban al alba,
tan blancos los postes sosteniendo las nubes
cegaban mi vista de sombras vespertinas,
y, ante la mudez de la dama del arco iris
proclamé con la voz del gigante Poseidón:


IV-

Viajero:

-¿Qué es éste lugar tan de sombras engalanado,
tu, que llevas ojos de algodón
y los cabellos verdes, oh dama del arco iris?

Dama:

-Aquí vienen la lluvia ácida de los mundos,
las flores muertas,
los inmensos mares que se vacían,
las alas del ave que murió bajo el poniente.

Viajero:

-¡Tu tan bella, me trajiste aquí donde mora el áspid?

Dama:

-Aquí mora el viajero, ¿No ves?
¿No querías lunas,
Soles,
Archipiélagos, arco iris?


V-

Una luna canturreando al ágora en el invierno,
los mares que descienden agitándose,
y busco una góndola entre todo el salitre,
en las calles aguadas que cruzan los muros de cemento.

Un sol de amarillentas corolas,
archipiélagos que danzan en los polos,
cometas que entre fuegos deslizan el Empíreo,
¡La dama del arco iris!


VI-

La busco en el rocío de las mañanas inmóviles
abriendo sierpes en las callejuelas olvidadas,
anhelando un carruaje de guirnaldas en el cielo
y en el aire donde se deslizan sus blancas plumas.

La busco en el cenit boreal de Agosto,
en el parque de enramados cipreses
y en mi tumba, donde cavaría al ver una nube,
y un pálido destello que anunciara lluvia.

En el loto abierto de las tumbas egipcias
la busco, al galope de gnomos y elfos,
al zumbido de centenares de laúdes
que aúllan en los sauces de los arroyos secos.


VII-

Ya no me interesan las letras y las canciones,
porque me tocó ver el éxtasis en tus ojos.
¡Niña, no me interesa ya ser poeta!
Sólo ver al alba deslizar la verde humareda,
y en tu frente que en los bosques derrama lirios
ver los colores en el llano de tu temple de arco iris.



E.R.D

Breve fábula del viajero y la dama del arco iris





Del monte pues, vomitadas del abismo,
salen las ondas del mas puro fuego inabordable..

Píndaro



Breve fábula del viajero y la dama del arco iris


I-

En una fúnebre carroza traída por querubines rosados
bogaba el cielo el brebaje de un loto perfumado,
y Calíope, con su plumaje rociando el éter,
se posó en el parque de los corales,
abriendo así los párpados de mi alma, que invernaba.

Nada mas sus ojos tenía el cenit por vista,
ella que jugueteaba en el jardín de las sierpes
me dio a beber del soma embriagante,
en cuyo fértil suelo el diáfano líquido crecía,
se alzaban las deslumbrantes alamedas.

Los líquenes chorreaban entre las verdes nubes,
que otrora tenía por lluvia el vestido,
y las gárgolas de marfil en los templos paganos
se derretían al paso de la blanquísima dama,
en cuya cresta destellaba el gran arco iris.


II-

La comparaba primero al ciprés de estío,
porque sus cabellos enramados de verdes frondas
acunaban a los albatros cantores,
y porque sus brazos, erguidos,
semejaban ramos que acariciaban el éter.

La comparé después con el loto inextinguible,
flor sagrada que llevaba Vishnú en los brazos,
porque parecía su rostro hecho de pétalos de ámbar
y sus ojos como dos clorofilas de algodón.

La comparé a los heliotropos y a los albañales,
al eterno abrazo de las olas incandescentes,
al navío cruzando los angostados mares,
¡Oh, arco iris que vi escupiendo aromas!


III-

Armaba vasijas en el barro de mis ojos muertos,
castillos hacía de azur en las playas,
desolado y roto, iba hacia senderos yertos,
cuando, al cese histriónico de la lluvia,
Annabel, aria de blanquísimo pubis,
me llevó a un umbral de claveles muertos,
jardín negro y vetusto situado en la Arabia.

Címbalos no hablaban al alba,
tan blancos los postes sosteniendo las nubes
cegaban mi vista de sombras vespertinas,
y, ante la mudez de la dama del arco iris
proclamé con la voz del gigante Poseidón:


IV-

Viajero:

-¿Qué es éste lugar tan de sombras engalanado,
tu, que llevas ojos de algodón
y los cabellos verdes, oh dama del arco iris?

Dama:

-Aquí vienen la lluvia ácida de los mundos,
las flores muertas,
los inmensos mares que se vacían,
las alas del ave que murió bajo el poniente.

Viajero:

-¡Tu tan bella, me trajiste aquí donde mora el áspid?

Dama:

-Aquí mora el viajero, ¿No ves?
¿No querías lunas,
Soles,
Archipiélagos, arco iris?


V-

Una luna canturreando al ágora en el invierno,
los mares que descienden agitándose,
y busco una góndola entre todo el salitre,
en las calles aguadas que cruzan los muros de cemento.

Un sol de amarillentas corolas,
archipiélagos que danzan en los polos,
cometas que entre fuegos deslizan el Empíreo,
¡La dama del arco iris!


VI-

La busco en el rocío de las mañanas inmóviles
abriendo sierpes en las callejuelas olvidadas,
anhelando un carruaje de guirnaldas en el cielo
y en el aire donde se deslizan sus blancas plumas.

La busco en el cenit boreal de Agosto,
en el parque de enramados cipreses
y en mi tumba, donde cavaría al ver una nube,
y un pálido destello que anunciara lluvia.

En el loto abierto de las tumbas egipcias
la busco, al galope de gnomos y elfos,
al zumbido de centenares de laúdes
que aúllan en los sauces de los arroyos secos.


VII-

Ya no me interesan las letras y las canciones,
porque me tocó ver el éxtasis en tus ojos.
¡Niña, no me interesa ya ser poeta!
Sólo ver al alba deslizar la verde humareda,
y en tu frente que en los bosques derrama lirios
ver los colores en el llano de tu temple de arco iris.



E.R.D

domingo, 5 de agosto de 2007

Canciones del príncipe Belial II (continuación)






Canciones del príncipe Belial II (continuación)


Mar

La niebla puebla las ondulantes crestas del Ida,
los ríos serpentean boca abajo en los muelles
y al abrazar la espuma los senos de la tierra se agitan,
depositando acordes en la frágil brisa de invierno.

Siento el tumultuoso ruido de las aguas,
los soplos golpean el triste temple de la mañana,
¡Así anhela, inocente, el que hacia el mar mira!

Oye el suave murmullo de las olas golpeando las rocas,
¿No tienes Poseidón, canción mas alegre? Pregunta,
y sólo un perdón recibe de los vientos secos,
mientras el sol cae y los navíos de alzan en la mar verde.

Se despide el mar con los errantes buques como aves,
y entre la espuma golpea el silencio,
dejando a las aves las canciones de Julio,
las azuladas notas del atlántico inmenso.


Recuerdo

Entre las brumas del invierno vino a mí un recuerdo,
la ventana golpeaba al son de viento polar de la noche
y los lebreles aullaban en los palacios de ámbar,
cuando, entre el Bóreas maltrecho, oí la voz de una niña:

-Estuve en los polos, en la noche de los hielos cantores,
¡Hice una canción! ¡Una larga fábula de alegría!
Pero sólo se oye después del cese de la lluvia,
cuando aún los húmedos lirios anhelan la luz del alba.

Así se despidió, dejando a las flores del valle negro,
entre la mirada lúgubre de los piélagos danzarines;
alzándose Tetis, la de ojos de poliéster,
sobre las roídas fuentes de plata del Siloé.

Después, las columnas del ancho cielo cayeron,
y Alción, mirando entre las grietas del mundo,
perforó la cresta de las nubes, antes de la aurora.

Siguió así entonces la melancólica orquesta de Julio,
despertando a la bestia del Nness y a los peces malditos.


Peces

¡Leviatán, ronco amo de los mares azules!
éste cual islote viviente sus bronquios agita,
haciendo temblar las algas de un rincón del mundo;
entre helechos poblados de troncos de abedules,
los risueños peces le miran, incrédulos.

Las rosas carmesíes se abren como nubes al sol,
después de un día nublado de grises borrascas,
bajo los azulados espejos de la mar;
luego una danza marítima abre las olas,
al compás delirante de ostras y cangrejos cantores.

Las orcas aletean al júbilo de flautas marítimas,
los pulpos señoriales abrazan en baile a las anémonas
y los pececitos de colores pintan de ámbar las aguas;
así en la mansión azul de las algas etéreas
las algarabía rebosa, y los cantos sin cesar se suceden.


Nieblas

En el viejo cuarto, las cortinas se abren,
una luz roja, lívida, traspasa mis sueños, quemándolos.
Entonces sigo mi torcido camino por las praderas bestiales,
en lo alto las pléyades corren, bajo la orilla de los mundos.


E.R.D

jueves, 26 de julio de 2007

Canciones del principe Belial I






Paraíso


De entre las ruinas de un templo de bronce

las bestias se alzan, trémulas, por entre las gárgolas;

las cortinas desempolvan recuerdos de Edenes perdidos,

los paraísos de cartón se mojan los cimientos del alba.



Monstruosos senderos cincelan la blanca avenida,

coronando de auroras la pálida hierba,

multitud de flores que enferman como el alma

abren sus tallos violetas a los ojos de un sol moribundo.





Lluvia



Es de noche, y llueve; ¡Grave silencio se oye!,

las aves reclinadas en los rosedales no murmuran,

mientras los pétalos palidecen de la infancia ¡Átropos cruel!,

el amor cansa, brotando acordes del laúd del alma.



Es de noche, y llueve…

¡Bruñe el sol la esperanza de un mediodía de pureza!

¡Alba de claveles muertos! ¡Oh lluvia!

¿Dónde quedo el llanto del mar? ¿Sólo esto era, estío?

Las cortinas cierran los párpados del alma…




Flores ebrias



¿Adonde es que van las olas cuando mueren?

Sus cimientos de las aguas las corolas agitan,

y su soplo al oír las sierpes de rojo al zafiro tiñen,

¡Del Bóreas la eterna marcha en llorar nunca cesan!



Yo ya soy como el invierno, de borrascas maltrecho,

y de espinas fui herido al caer la luna trémula;

nunca un sol de caricias la árida piel soplando,

nunca un “te quiero” en la frente, ni silencio..



La aurora veo a veces de alcohol dorar las montañas,

de ese lapislázuli brotando los pliegues del mar cansados;

y del sonriente azahar égoglas de un otoño atrás:

-Jóven morirás, cual vano lirio, como la rosa estéril.



¡Que dura tares la de ser mártir, Orfeo, poeta!

Y tener todos los ríos llorados,

las cuencas del alma inmensas…



Mártir



Por al sol mucho mirar envilecí los ojos,

y tengo los pómulos ya rotos de caer vencido;

en el estómago de sangre una gran ulcera,

vestigios de temprana muerte, precoz.



En la piel viví los más boreales inviernos,

y de esos céfiros aprendí la danza de los mártires,

el sol hostil como arpa y la luna como canción;

la herida siempre abierta de mirar las calesas del alba,

las avenidas del otoño, estío sangrante.



Aún mártir, me quedó la vocación de cantor,

cuando, al desgranarse las potentes cuerdas del abismo,

suelta Satán en acordes el grave murmullo de las olas:



La canción de la luna


Astarté



Las pardas manchas del sol ya no tiñen mi frente,

los fuegos ondularon en el hielo azul como piedras;

la aurora murió, ya su almíbar no siente.



Con liras de plata del ancho mar alcé las hiedras,

los vientos pintaron del alba el triste ocaso,

y al nocturno cielo despinté con mis blancas hebras.



Mas los lobos ya a mis empíreas lumbres dieron paso,

y las musas de griegos cantos los montes coronan;

de sombras de la tierra brotando un triste acaso.



Como si en los cielos mis rayos de azul tronaran

cuando en las praderas, un manto de ópalo desciende,

ya ni de albores ni de fuego a mis cabellos lloran.



Coro:


¡Venid a los campos del sueño eterno,

Astros del sur, carrozas etéreas del Empíreo!

Luna soy, oh sueños, y es de miel mi firmamento.



¡Venid astros del sur del sueño eterno!

Luna soy, estrellas del firmamento…